Si hacemos una pausa lo suficientemente larga, también podemos verlo a Él
Cuidar a otros es una aventura, llena de risas, lágrimas y momentos que te hacen cuestionar tu cordura. Después de una llamada telefónica con una querida amiga que me actualizaba sobre su vida como cuidadora de sus padres, no pudimos evitar reírnos de algunos de los aspectos inesperados que vienen con este rol. Ella compartió cómo su madre insiste en que se vaya de viaje con su esposo, asegurándole que estarán bien, pero no comen a menos que ella esté ahí para asegurarse de que lo hagan. Por mi parte, le conté cómo mi madre lleva meticulosamente un registro de la larga lista de tareas que quiere que haga, pero no logra recordar tomar sus vitaminas o medicamentos.
Nos conectamos a través del caos compartido de equilibrar necesidades interminables y los momentos que, de alguna manera, se sienten tanto conmovedores como completamente agotadores. Reímos, nos compadecemos e incluso lamentamos juntos los sacrificios que requiere cuidar a otros. Al final de la llamada, ella me agradeció por escucharla y dijo: “Es bueno hablar con alguien que lo entiende”. Fue entonces cuando me di cuenta de algo: a veces, lo único que realmente necesitamos es alguien que nos entienda. Alguien que nos escuche, nos brinde un espacio seguro para desahogarnos y nos recuerde que no estamos solos.
¿No es eso lo que todos anhelamos en las temporadas difíciles de la vida? Sentirnos vistos, escuchados y comprendidos.
Esa conversación encendió algo en mí. Comencé a acercarme a otras personas en mi círculo que también eran cuidadores. A pesar de las circunstancias únicas de cada historia, había un tema común que resonaba en todos nosotros: queremos ser vistos. Anhelamos sentirnos visibles, validados y apoyados, no olvidados o eclipsados por las responsabilidades que nos consumen.
Isaías 40:27 nos recuerda:
Dios ve a las personas en todas las circunstancias, incluso en tiempos de debilidad, dolor y espera.
Qué reconfortante es saber que Dios nos ve, verdaderamente nos ve, en cada momento de este camino como cuidadores. Incluso cuando el trayecto se siente ingrato, pesado o incesante, Su mirada no titubea. Él nos ve a través de todo.
Él te ve:
- Cuando te sientes derrotado, viendo cómo tu ser querido se deteriora a pesar de tus mejores esfuerzos y recibes un mal informe tras otro.
- Cuando haces sacrificios, renunciando a partes de ti mismo para mostrarle a tu ser querido que es amado y no está solo, incluso cuando tú mismo te sientes solo.
- Cuando equilibras responsabilidades, tratando de mantener tu vida mientras tomas decisiones críticas para otra persona, esperando hacerlo bien.
- Cuando abogas con firmeza, incluso si nadie aboga por ti.
- Cuando tus fuerzas flaquean y sientes que no tienes nada más que dar, pero encuentras una pizca de determinación para enfrentar un nuevo día.
- Cuando te sientes enojado, triste o desesperado, con emociones que se arremolinan mientras cargas con este peso tan grande.
- Cuando ríes a solas, tratando de aliviar el peso del día, sabiendo que las lágrimas no están lejos.
Él te ve dando sin egoísmo, incluso cuando no se siente así.
He encontrado consuelo al saber que puedo refugiarme en Sus brazos, compartiendo con Él mis frustraciones, tristeza y agotamiento. Él me ve, y porque me ve, me escucha. Y si hacemos una pausa lo suficientemente larga, también podemos verlo a Él.
Lo vemos:
- En cada llamada de un amigo que dice estar orando por nosotros.
- En los vecinos que aparecen con comida o una oferta de ayuda.
- En los médicos y enfermeras que nos apoyan y proporcionan recursos cuando nos sentimos perdidos.
- En la fuerza que encontramos cada mañana para levantarnos, incluso cuando nos sentimos débiles.
- En la paz inexplicable que nos sostiene en medio del duelo.
- En Su amor inquebrantable, que permanece con nosotros en nuestros momentos más oscuros.
Dios no solo nos ve, sino que también se presenta para nosotros. La pregunta es: ¿de qué maneras lo has visto tú?
Tómate un momento para reflexionar. ¿Dónde ha sido evidente Su presencia en tu camino? Ya sea en un gesto amable, un momento de paz o una bendición inesperada, Él está ahí, caminando a tu lado en cada paso del camino.